
He gozado mucho de niño con Mark Twain. Primero leí Las aventuras de Tom Sawyer. Las andanzas de Tom y Becky en la cueva y sus macabros descubrimientos no creo que se me borren fácilmente. Después, Las aventuras de Huckleberry Finn hicieron que, tras un vaivén de relecturas comparadas, Huck y Jim dejasen a Tom definitivamente aparcado. Esta novela río que fluye al ritmo del Gran Mississippi resultó tener mucha más chicha: cuando crees que divierte, perturba. Finalmente, lleno de dudas y melancolía, el joven lector se baja de la balsa de los dos muchachos con el corazón contaminado de esa realidad aumentada que es la buena literatura.
No me quiero olvidar, tampoco, de Un yanqui en la corte del Rey Arturo, el libro con el que conocí la ucronía, ni de El príncipe y el mendigo, narración picaresca en paralelo divergente (los dos héroes tienen una evolución y adquisición de conciencia caracterizadas por el ascenso social de uno y el descenso del otro) con la que me emocioné hasta la médula.

Sin embargo, hoy recuerdo a Twain sólo por esta frase de ternura sencilla y cautivadora que pronuncia Adán tras la muerte de Eva:
Wherever she was, there was Eden.
TWAIN, Mark: Eve’s diary
Este delicioso librito tiene un inevitable compañero: Extracts from Adam’s diary. La tan romántica cita encaja en la tradición literaria que venera a la mujer amada. Su figura cumbre, Dante. He aquí un soberbio terceto de entre los millares de inspirados versos que contiene su obra maestra:
Vincendo me col lume d’un sorriso,
ella mi disse: «Volgiti ed ascolta;
ché non pur ne’ miei occhi è paradiso».
DANTE: Divina commedia, Paraíso, XVII, 19-21
Traducción:
Venciéndome con la luz de una sonrisa,
ella me dijo: «Vuélvete y escucha,
que no sólo en mis ojos está el paraíso».
La RAE nos da esta etimología de «paraíso»:
«Lat. tardío paradīsus, este del gr. παράδεισος parádeisos ‘jardín’, ‘paraíso’, y este del avéstico pairidaēza ‘cercado circular’, aplicado a los jardines reales.»
DRAE
El avéstico es el antiguo idioma indo-iranio en que se escribieron los textos zoroástricos y vemos su parentesco con el griego en esa coincidencia del monema «pairi» con «περί» («alrededor de»; recuérdense los conceptos de «perímetro» o «periferia», cuya letra inicial griega fue popularizada en el XVIII para cierto número irracional en que reside la misteriosa razón del círculo).
En cuanto a «edén», la misma fuente nos da como origen el hebreo «ēden«, «delicia».

Twain y Dante cifran el paraíso (o Edén, que lo mismo me da) en el goce de la persona amada, sea sublimado o erótico (en el sentido amplio). Aunque se me rasgue las vestiduras el florentino, quiero destacar lo que estas dos formas de amar tienen en común. La persona amada es un lugar ameno que restaura y protege. A su lado somos más fuertes.
El cercado real avéstico se construyó para excluir a la plebe de los altos placeres de los privilegiados (bien acuñado, sin duda, en nuestros días, lo de «paraíso fiscal»). Sin embargo, los muros de este otro Paraíso cercano, entrañable y al alcance de cualquiera que se atreva con la albañilería, sólo sirven a esa asequible exclusividad llamada pudor. Al parecer, están para que volemos más alto.