Palabras, días.

Nuestra vida en las palabras

Religión

Sacrificio romano (suovetaurilia)

Mi vecino el cura se quejaba un día: «La sociedad se está volviendo cada vez más laica». Comprendo que deplore el aparente retroceso de lo religioso en nuestras vidas. Pero, ¿puede algo que respondía a una necesidad íntima de los humanos retroceder? Quizá sólo es un reflujo: la marea baja aquí y sube allá, pero el agua es siempre la misma. Puede que haya descendido en lo que respecta a la manifestación externa de los cultos de toda la vida y esté subiendo de forma imperceptible un sentimiento religioso aparentemente laico, otra fe (¿el fútbol? ¿las redes? ¿el dinero? ¿la tecnología?). Probablemente, tampoco los romanos entendieron la metamorfosis de sus dioses en santos. ¡Las deidades indoeuropeas, en un último y genial tirabuzón, colonizaron la religión semítica! (Quien quiera ver desarrollada de forma encantadora esta idea, que lea El hostal de los dioses amables de Torrente Ballester.)

Lararium: santuario para el culto doméstico.
Fascinum.

Reconozco que los Olímpicos y la Tríada Capitolina son bien pintureros. El tito Júpiter rayo en mano o la curvilínea y seductora prima Venus fascinan y fascinarán (¡de fascinum, representación mágica del poderoso y protector falo divino!). Sin embargo, cada vez me atraen más los misterios del culto doméstico que, quizá, fue el más entrañable para los antiguos. Al igual que nuestros cultos oficiales conservan sustrato precristiano, premusulmán o pre-lo-que-sea, la religión romana muestra la pervivencia de cultos ligados a la tierra, al miedo a los espíritus malignos, al animismo que difunde lo espiritual en todo lo que manifiesta fuerza y existencia.

El fastuoso culto oficial cohesionaba la sociedad romana; los ritos íntimos cuyas raíces se hunden en el miedo y el amor, probablemente, fueron sentidos más profundamente. Clara demostración de esto es lo poco que sabemos de este ámbito: esos romanos que tan explícitos fueron para otras cosas dejaron en la sombra su religión doméstica y familiar; lo que nos ha llegado de ella no puede rivalizar con la profusa difusión de la mitología y cosmogonía greco-latina. Tampoco olvidemos que, convertido el cristianismo en religión obligatoria, costó mucho más erradicar la religión pagana de tipo doméstico que la oficial y pública.

Por un lado, estaba lo relacionado con los muertos. Por nada del mundo debían convertirse en lemures o larvae (espíritus malignos). Los considerados lares, en cambio, eran presencias protectoras. Incluso existía una fiesta llamada lemuria dedicada a aplacar a los fantasmas. No es extraño que el punto álgido de esta ceremonia lo hiciese el pater familias en completa oscuridad y totalmente solo mientras los demás dormían: caminaba arrojando hacia atrás habas negras ─el color del inframundo─ y pronunciaba esta frase: «Yo arrojo estas habas, con estas me salvo yo y los míos». ¡Nueve veces!

Mujer en la silla de parto (obsérvese el asidero para pujar mejor).

Hay otras manifestaciones religiosas que dan fe de los sentimientos más entrañables de los humanos y nos acercan a los antiguos. Me refiero a todo lo que rodeaba al engendramiento, alumbramiento y crianza de esos niños preciosos que tan fácilmente morían (uno de cada dos nacidos no pasaba de los cinco). Consevius (de con-serere, «sembrar») favorecía la inseminación; Fluonia impide el flujo de la menstruación; Alemona nutre al embrión; Lucina presenta al niño a la luz; Cunina protege su cuna; Rumina le incita a mamar y Edusa a comer; Abeona acompaña los primeros alejamientos del hogar, Adeona los regresos… Y, en el plano intelectual, tenemos a Fabulinus, que pone en su boquita las primeras palabras, y a Locutius, que le enseña a construir frases; Numeria, por su parte, le ayuda con la aritmética; Mens le proporciona inteligencia y Volumna, voluntad. Y no me olvido de Carna, que da músculos fuertes ni de Ossipago, que proporciona un buen esqueleto.

Preciso, ¿verdad? Los nombres de estas deidades, tan transparentes a poco que se trastee con un diccionario de latín, transportan un torrente profuso y vital de cariño y muestran una profunda reflexión en torno a lo que significa el desarrollo de un ser humano: el irse haciendo que solo termina con la vida. Cada una de sus muchas facetas mereció una sentida consagración para aquellos romanos. Quizá pronto las deidades tutelares de nuestros niños sólo vivan en microprocesadores. Yo, mientras tanto, seguiré venerando las fotos de mi altarcito.

Lararium con lares, genio del pater familias y serpiente de la prosperidad.

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