
Que el lenguaje natural es metafórico es una evidencia que se impone a poco que desconectemos el piloto automático. Las intuiciones espaciales, muy en particular, están siempre ahí, dispuestas a estructurar nuestro mundo semántico con sabias y universales coordenadas cartográficas que delimitan los parámetros de cada área de experiencia. Se establece así una red subyacente alegórica en la cual pensamos y sobre la cual hablamos: abajo es malo, arriba es bueno; delante está el futuro y detrás el pasado, el amor es una zanja que han dejado los obreros en la calle antes de meter los tubos del gas (to fall in love)… Este tema lo exponen Lakoff y Johnson en Metáforas de la vida cotidiana, recomendable obra cuyo título original hace palidecer a la traducción de la Editorial Cátedra: Metaphors we live by. Expresivo, ¿no?
Y a eso voy ahora. De premere (oprimir) nos sale ex-primere; sus primeras acepciones son «hacer salir apretando, exprimir, estrujar». Y, secundariamente ─a través del pensamiento simbólico basado en la metáfora ─ obtenemos «pronunciar, representar, describir, expresar». Si tomamos el participio pasado expressus, -a, -um, tenemos «prominente, tangible, bien dicho». Y de ahí desembocamos en expresar, palabra que, ahora, se revela maravillosamente intestinal y cargada de una fuerza volitiva inopinada. ¡Expresémonos todos, que el estreñimiento es muy malo!
Claro que, en una vuelta de tuerca expresionista y visceral, la expresión puede dar un salto a la obstetricia y volverse parto o, quizá peor, parida.
Si lo que vas a decir no es más sabio que el silencio, cállate.