Fiesta de los sentidos. Promiscuidad sensorial innata o aprendida y orgía neuronal comparable a las del oxímoron o la paradoja. Melón con jamón.

La sinestesia ocurre cuando un canal sensorial secundario se activa mientras ya estamos usando otro. Pueden asociarse, por ejemplo, formas o colores con notas musicales o números al percibirlos y en la evocación: un individuo ve el número 5 asociado a un triángulo y otro, al escuchar una nota musical, la une automáticamente con un color.
Quien entienda de canto sabrá que, al describir la voz de ciertos tenores, se habla del metal. Al elegante sueco Jussi Björling le tocó la plata, mientras que los italianos Caruso y Gigli —de cálido timbre— eran de bronce. Y un redactor de notas de portada escribió, para un disco de J. J. Johnson, que el genial trombonista de jazz trataba las baladas como un bebedor meditabundo en su sillón la panzuda copa de brandy: acunándola en la palma de la mano para transmitirle calor y despertar los aromas dormidos.

Esta especie de cortocircuito se ha considerado patología y don; en la comunicación verbal, rasgo de inmadurez y alquimia de la mejor poesía. La sinestesia ha sido tomada por merma de la capacidad analítica y buscada ansiosamente en los sicotrópicos (culto al peyote o al LSD) como un aumento de la percepción.
En el ámbito de la literatura, pasa por un subtipo de la metáfora: si digo que un recuerdo es agridulce, esa rememoración comparte la yuxtaposición de caricia y punzada con el sabor al que la hemos asociado, de modo que se da la relación de similitud característica. Casi un umami lingüístico. Y no hay uniones arbitrarias, aunque sí amplio campo para la creatividad.
Por otra parte, se puede argüir que todo sentido es el tacto y solo él: en la retina inciden los fotones, en el tímpano las moléculas de aire en movimiento fortuito o codificado (música, lenguaje), en la pituitaria las partículas que transportan agentes químicos que podemos reconocer… Siempre hay un contacto en el receptor adecuado para recogerlo y transportarlo. Visto así, no salimos de ese único sentido.

Desde el punto de vista de la la calidad y la pertinencia, la sinestesia no satisface los criterios lingüísticos preferentes —hay formas más directas y claras de decir las cosas— pero aporta un beneficio rentable: al dotar al mensaje de riqueza armónica procedente del sustrato cognitivo sensorial, lo hace memorable (y, añadamos, placentero).
En esencia, es un desdoblamiento de dimensiones y debemos abrirnos a ello, buscarlo en la lectura y, también, en el uso cotidiano. Nunca podremos volver a escuchar dulce aroma, voz pastosa, turbios placeres, fresca inocencia o sus palabras son puro postureo con la gris indiferencia de la ignorancia.
¿Qué te parece que Juan Ramón llamase a la conciencia voz de fuego blanco en la estela de un tal Homero que habló de voces color de lirio? Sí; esto es tan viejo y tan joven como la literatura y la vida.
Me viene a la mente un poema sobre vida y juventud, que no conocen el tiempo:
NO LO CONOCE
La juventud no lo conoce, por eso dura, y sigue.
¿A dónde vais? Y sopla el viento, empuja
a los veloces que casi giran y van, con el viento,
ligeros en el mar: pie sobre espuma.
Vida. Vida es ser joven y no más. Escucha,
escucha… Pero el callado son
no se denuncia
sino sobre los labios de los jóvenes.
En el beso lo oyen. Sólo ellos,
en su delgado oír,
pueden, o escuchan.
Roja pulpa besada que pronuncian.
Vicente Aleixandre: Poemas de la consumación.